02 junio 2006

Fuera del Sarmiento

No aguanté. Hay noches en las que mi paciencia sencillamente NO soporta los tiempos del Sarmiento. Subí al tren que supuse salía de la Terminal a las 22:40hs., como siempre. Pero me equivoqué, o cambiaron el horario, o algo falló. Había encontrado asiento, pero después de 40 minutos sentada entendí que no iba a poder bajar cuando llegara a mi destino por la cantidad de gente que subió en ese rato. Además, me pareció que algún problema había y nadie nos decía nada. Creí que el tren no saldría. Y huí. El rato que estuve sentada observé a mi lado y también sentados frente a mí a tres personas que leían. Justamente, una de las ventajas de viajar sentada es que tengo la oportunidad de leer. Pero estaba algo aturdida esa noche y no atiné siquiera a sacar un libro del bolso. Y me cansé de la gente. Me cansé de que el Sarmiento no salga. Así que salí yo. Y me angustié en el camino. Llovía, claro.
La lluvia siempre me hace llorar. Bueno, no siempre. Pero últimamente sí. Y me escapé del tren, del andén, de la Terminal Once. Y lloré irritada mientras recorría algún camino incierto, como esperando ser salvada por un príncipe azul que me envuelva cual lunita en la noche. Crucé Avenida Pueyrredón bajo la lluvia, angustiada y atrapada entre mis carencias. Lloré mis miserias. Lloré mis laberintos. En algún momento me perdí en la noche mojada. Pero caminé. Y no paraba de llover. Y no podía decidir si me tomaba dos colectivos o un taxi. Y me detuve para llorar sin otra contención que la de mis lamentos, buscando desesperadamente al príncipe azul que no aparecía ni de lejos. Que no me ignoraba porque no existía. Y pensé en morir un rato. Y pensé en salvarme. Y escapé de los hombres sin rostro que observaban con lujuria mi celular. Y crucé Avenida Rivadavia y me escondí en el baño de La Perla de Once, soñando construir una balsa modelo 2006. Y naufragar de una vez.
Esa noche no quise sobrevivir al Sarmiento. Y lo pagué con soledad y llanto.
Y no logré entender si la moraleja de mi noche es que necesitaba estar sola para escribir este relato, o si acaso debo resignarme a que no puedo perder la paciencia con el Sarmiento.

1 Causas y azares:

Blogger Nicolás Mavrakis dijo...

Creo que la idea del Sarmiento como ultraje (moral, estético) se intensificó más ahora que vivificaste por escrito esa angustia.

Creó un efecto real. Algo que incomoda, como ver a un anónimo llorar.

3:48 a. m.  

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