07 junio 2006

Sarmiento # 6

Envuelto en un gamulán negro, se encontraba de pié aunque impaciente, formando fila. Esperando. Todos esperábamos que arribara el tren a la Terminal Once. Y él lucía particularmente impaciente. Sacó sus manos de los bolsillos del gamulán para ver la hora. Faltaba poco. Eran las cinco de la tarde. Yo intentaba concentrarme en la lectura de un nuevo libro pero no podía dejar de mirarlo. Llevaba puesto un pijama verde. Bajo el gamulán pasaba inadvertido pero yo lo noté. Giraba la cabeza lentamente de un lado al otro. Bajaba la mirada. Respiraba profundo abriendo los orificios de su pingada nariz. Y alzaba la vista. Fruncía una ceja elevando la otra. Y otra vez sus manos en los bolsillos. Algo se movía en el bolsillo izquierdo del gamulán. Justo me observó cuando yo notaba la inverosímil incógnita en su bolsillo, y esquivé la mirada como volviendo a un libro que ni siquiera había abierto. Pero él sabía que yo sabía.
Volvió a sacar su mano derecha del bolsillo pero esta vez prendió un cigarrillo. Este artilugio nunca falla. El tren arribó desde la nada y todos nos abalanzamos sobre los pasajeros que llegaban con el tren a la estación y querían bajar de la unidad. No conseguí lugar. Y el extraño del gamulán tampoco. De hecho, optó por seguir caminando hacia el otro vagón, probablemente en busca de un asiento. Y otra vez reparé en que su bolsillo izquierdo se movía. ¿O sería el bolsillo del pijama verde? Ya estaba un poco harta con tanta curiosidad y lo seguí en cada paso. Aunque yo también quería un asiento. Pasamos el vagón furgón pero ni amagó a sentarse. Seguramente no quería ensuciar su gamulán. Y lo seguí otra vez. Y al otro vagón. Y el clandestino bolsillo que se movía. Y al vagón siguiente. Y el bolsillo me invocaba y yo avanzaba atolondrada, pisando gente, chocando sin piedad ni respeto. Él aceleraba el paso. ¿Habría notado que lo estaba siguiendo?
A la altura del penúltimo vagón metió la mano vertical y rotundamente en el turbador e imprevisible bolsillo izquierdo. La ansiedad me paralizó unos segundos. Sacó su mano y, envolviendo el misterio, se la llevó a la oreja izquierda:
-Sí, lo sentí vibrar. Pero ya te dije que no es el momento. ¡No me llames más!-.
Cerró la tapita y arrojó el celular por la única ventana abierta del Sarmiento.

1 Causas y azares:

Blogger Unknown dijo...

Qué final. Como que cierra de golpe. Impresionante.

9:56 a. m.  

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