13 junio 2006

Sarmiento # 7

Me cautivó. Alguna vez escuché entrañables historias de parejas que se habían conocido viajando en tren. Ella dejaba caer su boina y él la seguía hasta devolvérsela, sólo para admirarla. O ambos compartían una sonrisa porque les disgustaba la voz del auto-convocado vendedor de canciones, que luego pasaría pidiendo una moneda. O simplemente cruzaban irresistibles miradas durante el viaje y cuando él bajó del tren ella lo siguió y le invitó un café si tenía cinco minutos. Pero hasta ese momento pensé que eran mitos. Y me sorprendí aquella tarde regresando a casa, en un Sarmiento con pocos pasajeros, admirando a un joven de largas pestañas grises, más atractivo que mi amado Mel Gibson. Llevaba jeans, remera y zapatillas. Ni qué hablar cuando lo imaginé trajeado. Los hombres de traje siempre son más lindos. Y este chico era de los más lindos que yo había visto alguna vez. Nunca me encandilo tan fácil. En general necesito una conversación previa (ergo, un buen chamullo) para quedar interesada. Pero esta vez no fue necesaria. Me miró una vez y enseguida bajó la mirada sonriendo. Se le dibujó una sonrisa linda. Amplia. Tímida pero tan franca y resuelta que no pude evitar reír yo también, hasta ruborizarme. Recordé las historias que me habían contado y entonces todo era posible. El mundo podía ser mío y de él. Nuestro. De repente volvió a alzar la mirada directo hacia mí. Y me paralicé. Y quedé boquiabierta observándolo avanzar como quien tiene la certera decisión de enfrentar su destino y quizás hasta darme un beso. Y me lo dio. Y me cerró la boca nomás. Y mi corazón quería explotarme el pecho y mi cabeza volvía a las historias y los mitos que se hacían realidad todos juntos, sin intervalos ni estafas ni reparos. Y me soltó, y volvió a mirarme a los ojos. Y se alejó. Dio la vuelta y aceleró su paso hacia la puerta del tren que estaba a punto de partir de la estación. En el camino vulneró la calma de una señora mayor y le manoteó una cadenita que reposaba en su delicado cuello. La señora gritó y gritó pidiendo ayuda, pero todos nos quedamos atónitos y sin reacción ante el hecho imprevisto.
Tan rápido como robó la cadenita, salió de nuestro vagón, cruzó el andén y bajó a las vías. Yo lo seguí con la mirada hasta que le perdí la vista, otra vez boquiabierta. La gente que había notado nuestro beso me miró con ojos de denuncia y asombro. Tuve el impulso de seguirlo y atravesar por él un nuevo camino, aunque fuéramos diferentes. Pero no me animé.
Es que no puedo transgredir los límites del Sarmiento, pensé.

3 Causas y azares:

Blogger Unknown dijo...

Me gustó el texto y el final parece moralista... y en itálica está bueno porque parece una regla que hay que cumplir; como un mandamiento.

12:07 p. m.  
Blogger Lunita dijo...

quizás todavía no pude superar los límites que tiene el territorio sarmientino...

1:03 p. m.  
Blogger Mariela Jesica Idiart dijo...

Hablando del Sarmiento...Publica tu historia en mi blog. La estaré esperando.
WWW.MALDITOSARMIENTO.BLOGSPOT.COM

1:51 p. m.  

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