17 octubre 2006

Todo tiene un principio

Llueve. Muchísimo. La pista de aviones y el cielo tienen el mismo gris. Todos tenemos miedo. Algo me disgusta, me cuesta... o quizas simplemente me duele. Veo llegar gente de otro vuelo y desearía ser ellos. Quisiera haber regresado, y sentir otra vez esa ansiedad tortuosa pero dulce de volver a verte. Miro las caras de los pasajeros. Un actor de la TV argentina que todos hemos visto pero cuyo nombre desconocemos. Un pibe de mi edad que no sale de su asombro y tampoco puede cerrar sus ojos ovalados y horizontales. Un par de señoras regordetas que ya se pusieron a hablar con una pareja de portugueses... Ríen con ese gesto impaciente y comparten la complicidad de la incertidumbre, porque ninguno quiere tomarse un avión con esta lluvia asesina. Fotos no quise sacar... era lo mismo que nada. Compartir este temor con ellos me relaja y me distrae de mis ganas de llorar constantes. Nadie me obliga. Pero en algún escondite, no quiero ir. Un poco por el miedo a perderte. Otro poco por el miedo a crecer.
Así que aquí está mi destino... Mi abuela que esta vez sí parece que se muere, la lluvia que esconde la visión y esta angustia que no entiendo qué es lo que delata. Ojalá todo salga bien y deje de dolerme bajo el pecho. Creo que si sobrevivo, las cosas de aquí en adelante podrían ser diferentes.
Y si no, me llevo dentro la sorpresa que deparó mi última semana en Buenos Aires. Amigos que me despiden cual afectos eternos. La familia que me da migraña pero cuando se pone las pilas, acompaña. Y confirmar que jamás podría amar tanto como a Lucas, que me estremeció la piel frágil de estos últimos días y al que siempre le voy a estar agradecida por existir.
Y estos espacios que se abrieron en el cielo, y no supe si eran negros nubarrones de muerte o grandes huecos de esperanza... Por suerte, una hora después de estar arriba del avión, llegó la nieve blanca.


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