Ultimo día en el Rojas

Harta de laburar en la oficina de la familia, esperando que un milagro caiga del cielo, recibo el llamado de un amigodeunamigo para que llame a una tal Flavia o Cristina, secretarias de Nidia (la mina que me iba a entrevistar para trabajar en el departamento de alumnos del Rojassss). Y yo me creí que Nidia me tomaba por mi lindo CV y mi buena predisposición, además del personaje de joven explotada por su laburo anterior. Al final parece que el amigodemiamigo rompió tanto las bolas (siendo él parte del sindicato) que entré. Así de fácil.
Tan en mi burbuja estuve durante tanto tiempo que pasó desapercibido el momento en que un todavíanoFunes, alias Lucas Oliveira, me preguntó ¿y vos, por quién entraste?. Siempre me acuerdo que lo miré anonadada, y hasta le debo haber respondido que entré por mis amplios conocimientos oficinísticos y mis ganas de laburar. En fin… en menos de un mes, el mismo alias me invitaba a tomar una cerveza y el nogracias,tengonovio nos quitó la posibilidad de saber qué nos estábamos perdiendo. No era el momento.
Eso fue en diciembre de 2003. Laburé un mes, y tuve luego vacaciones por 20 días. El paraíso público había tocado mis puertas. Días por exámen, médico, particular, la posibilidad de no hacer nada cuando estabas “en esos días”. Laburar con Yani hasta las 11 de la noche, de enfermas nomás. Llamar al kiosko y sólo decir mi nombre para que me traigan los Don Satur. Conocer a Leo o a Campi (con quienes me queda una amistad por fuera del laburo) y a Luciana y Andrea (dos minas que logran conservar su autenticidad a pesar de laburar ahí). Caer presa de las internas miserables y hasta ser funcional a ellas sin advertirlo. Entender por qué hay gente que ya no mueve un dedo y seguir sin comprender por qué lo hacen a costa del dedo ajeno (o peor aún, del dedo que dicen “amigo”). Todo eso en 2004. Ya 2005 fue un año de estancamiento. Año de dedicarme a una relación que falló. Año de desgaste y de perderme y de ahogarme. Año de amoldarme al ritmo somnoliento del laburo. Año de aburguesarme y no poder salir de la lógica del empleado público. Año de equívocos. Año de miserias, propias y ajenas… Y año en que me sacudió el amor. No el que pensé que tenía, en apariencia estable, seguro, con casa, perra e hijas. No, no. Me atravesó un nuevo amor, que no supe reconocer. Que no creí posible durante meses. Que negué y escondí y lloré y odié por meterse en mi vida ordenada sin perdirme permiso. Y lo viví en la clandestinidad, con el Rojas de por medio, juzgando. El 2006 empezó peor que como terminó el otro año, porque en un pueblo chico todos tienen una razón para opinar, y para joder. Para crear un clima jodido, para hacerte dificil el laburo, para mandarle anónimos a tu vieja y para condenar como si fueran alguien.
Supongo que el Rojas me dejó un poco dolida, pero también un poco más fuerte. Y pude atravesar un año de mierda gracias a las verdaderas amistades que había forjado ahí y a las que aparecieron cuando todo se iba al tacho. Y al amor que me había besado las heridas el año anterior y que fue mi compañero hasta cuando no coincidía en nada conmigo.
Así que del Rojas, al que tanto desprecio por su apática burocracia y sus roñosas miserias, me llevo no sólo una tremenda curtida en la piel y pequeños gestos de grandeza (me refiero a mis inquebrantables amistades), sino también el agradecimiento por ser tiempo y lugar perfecto (porque siempre es perfecto si hablamos de amor) para ponerme en el camino a Funes, que no podía haber caído en mi vida en un momento más emblemático… pero que mira mis ojos “como si fueran los únicos de este país”.