22 septiembre 2006

Sarmiento # 12

IV
“Cómo me gustaría viajar para el otro lado…” Todas las mañanas pienso lo mismo. Pero nunca me toca y mi tren siempre tiene poco espacio y exceso de pasajeros. Si no desayuno, rápidamente creo que me desvanezco y no puedo aguantar todo el viaje. De hecho, he tenido que bajar en la estación siguiente. Si desayuno mucho, mi estómago pide auxilio y también me mareo. Todavía no aprendo. Tengo miedo que alguna vez riegue el vagón con mi desayuno, con suerte.
III
De repente, en medio del trayecto, apretadísima hasta sentir los codos ajenos clavados en mi espalda, mi estómago se movió como emitiendo una señal. Pegada a la columna junto a la puerta, giré hacia el lado interno del vagón. Observé a la señora sentada en el asiento individual como pidiéndole ayuda. Pero me ignoró. La vieja leía y sus párpados pintados de verde la hacían parecer un viejo loro. Ella notó que la observaba y se cansó de mi franca perseverancia. Luego de alzar las cejas y mirándome de reojo me dijo: “si vas a vomitar, que sea para el otro lado”. Es que la solidaridad sarmientina a veces toma formas inexplicables.
Mientras intentaba salir de mi asombro, busqué al Indio, algo avergonzada, esperando que jamás hubiera oído ese comentario. ¿¿Acaso le inspiraría una canción que motivaría el regreso ricotero?? Quizás viajaba buscando inspiración. Pero no lo hallé. Probablemente se bajó. Todas las estrellas de rock que viven la experiencia del Sarmiento deben entender que el acercamiento a la gente tiene un límite relacionado con la salud. El Indio podía elegir viajar en jet.
De todas maneras, no tuve mucho tiempo para lamentar su huída. Mi estómago precipitó su venganza contra la vieja lora. No dudé en apuntar directo a su libro y su cara de loro.
Tuve que bajar entonces.
II
En el Sarmiento siempre la pasamos mal. Pero en algún momento del viaje uno olvida lo miserable y mustio del trayecto. Algo o alguien logra trasportarte a otro mundo al revés. Ese día subí como pude. Mucha gente. Siempre mucha gente. Empujando por acá, patadita por allá, codito por acuyá. Y de a poquito fui buscando mi lugar, hasta encontrar un espacio frente a un asiento doble. Me posicioné para leer el libro de turno. Sacarlo de la mochila, junto con los anteojos, también es una experiencia complicada en el Sarmiento. A veces me cuesta leer porque las ventanillas están cerradas y cuesta la respiración. El riesgo de perder el control estomacal es frecuente también.
El hombre sentado frente a mi tenía una pelada imposible. No podía ver su rostro completo, pero sí que usaba anteojos negros. Redonditos. ¿Redondos? Pero este no será… mierda ¿Indio?¡¡¡El Indio Solari está viajando en el Sarmiento!!! Ay Indio, qué te puedo preguntar, qué te puredo pedir. ¿Una sonrisita?¿Todo bien con Soda?¿Y con Sky?¿Cuándo se juntan? ¿Sos pelado natural o te depilás? ¿Por qué Indio? ¿Vas a sacrificar a Pier o lo adoptás? ¡¡¡Viejiiiitaaaaaa…!!! Estaba muy serio. Tenía los auriculares colgando de las orejas y no pude ver qué escuchaba. ¿Qué escuchará el Indio? ¿Cómo es que nadie decía nada? Es que en el Sarmiento cada uno está en la suya. Siempre es así. Ni las celebridades cuentan. Aunque quizás él estaba viajando sentado porque alguien sí lo reconoció y le cedió el asiento. Uh… más gente. En Liniers baja un cuarto del vagón, pero nadie dice que no suba una horda asesina en el recambio. Hago fuerza. Mucha fuerza para mantenerme en mi lugar. No quiero que me alejen del Indio. ¡Del Indio no! ¡¡Ya lo perdí por muchos años, por favor!! Pero la multitud no tuvo piedad y me fue corriendo, con el libro en alto, apartándome del momento de mi vida. Terminé cerca de una de las puertas. Chau Indio. Ojalá bajés en Once, conmigo. Desde ese lugar no lo podía ver.
I
Día nobulado. Los días nublados no me caen bien. Ni bueno ni malo. Ni blanco ni negro. Nada para esperar, nada por suceder. Así. No se sabe qué vendrá.

0 Causas y azares:

Publicar un comentario

<< Home