La 3era Guerra Mundial queda lejos...
Ni la guerra de 1914 ni la de 1939 fueron técnicamente “mundiales”. Fueron guerras iniciadas en Europa, y que afectaron directamente a su población civil. Sin duda esto no quiere decir que el mapa de poder mundial no se pusiera en funcionamiento. En ambos casos, las redes de alianzas militares y hasta económicas se activaron y de repente todos los países del mundo parecieron obligados a declarar su posición en relación a los acontecimientos europeos. Por eso se les reconoció el adjetivo “mundial”. Fueron guerras que, directa o indirectamente, afectaron hasta a los países que se declararon neutrales (la neutralidad también es una posición, y para muchos tuvo un costo mayor que el de haberse pronunciado a favor de algún bando).
El mundo globalizado de hoy acorrala a todos los países del planeta, y también los afecta en el curso de la guerra actual.
Israel declara que “técnicamente” no está en guerra. Esto es porque no se la ha declarado al Líbano, sino a Hezbollá, una organización que evidentemente no es un Estado que deba respetar las leyes de la guerra (si es que estas existen). Por otra parte, la declaración de guerra al Estado libanés no estaría justificada por una agresión directa de dicho Estado. Eso explica que, técnicamente, es cierto que no tenemos una guerra en Medio Oriente. Pero el conflicto no puede esconderse como una amenaza latente. Y la primera plana en la prensa mundial nos quiere indicar que Medio Oriente puede estallar de una vez… total, “queda lejos”. La guerra real se desata en los confines del mundo y, al no haber sido declarada, sus crímenes difícilmente serán juzgados. El Líbano posteriormente ha solicitado la mediación de la ONU, como si las decisiones del Consejo de Seguridad se caracterizaran por su objetividad y eficiencia en la resolución de conflictos. La búsqueda por institucionalizar esta guerra a través de un interlocutor fantasma, no evitará ni los ataques de un Israel decidido ni la continuidad de la coordinación en la lucha por el panislamismo.
Ya hemos olvidado que los ataques estadounidenses en Afganistán y Sudan en agosto de 1998 (presidencia Clinton), se tradujeron en una amenaza directa de un tal Osama Bin Laden, declarando que la respuesta a dichos ataques “llegará en cualquier parte del mundo” y será “cruel y violenta”. Y que “todo el mundo islámico se ha organizado para atacar a un objetivo estratégico estadounidense o israelí, hacer estallar o secuestrar sus aviones”. Reitero que fue en 1998, para quienes lo hayamos olvidado (viviendo en la gran era de la información).
A partir de allí el mundo, no un continente o región, se ha poblado de funestos atentados. La lista es un tanto más extensa pero incluyen: los aviones del 11-S de 2001, contra las torres gemelas y el pentágono estadounidense; el 12-O contra una discoteca en la isla indonesia de Bali en 2002; el 12-M con bombas en los barrios de Riad, Arabia Saudita, y el 16-M en Casablanca, Marruecos, ambos en 2003; el 11-M que le tocó a España al explotar diez bombas en cuatro trenes de Madrid, en el 2004; el 7-J en tres subtes y un autobús de Londres, y el 9-11 en Jordania cuando tres terroristas se inmolaron en hoteles de Amman, ambos en 2005. En 2006 ya tenemos un 11-J, en los trenes de Bombay, en India. Y todavía resta la mitad del año.
Los atentados afectaron a países cuyos gobiernos desarrollan políticas (internas o exteriores) y/o negociaciones que en alguna medida afectan a la comunidad musulmana. Pero esa “medida” es definida por los dirigentes de Al-Quaeda y las organizaciones que con ella se asocian circunstancial o permanentemente.
Todos los años un atentado, por lo menos. Cada tanto le toca a una de las grandes potencias, cuyos sistemas defensivos, se supone, son más difíciles de vulnerar y requieren de una táctica muy intensamente calculada. Mientras se planean los grandes golpes, una bomba estalla en aquellos países que uno, en el extremo sur de Latinoamérica, a veces ni conoce. Y entonces la guerra no parece tan lejana. Y se parece más a una guerra mundial. Aunque al no haber un enemigo territorialmente visible (un Estado) se la declaramos discursivamente al “terrorismo” como una gran bolsa de gatos en donde todos nuestros males encuentran su razón de ser. O no la declaramos, y nos comportamos neutralmente, porque queremos seguir creyendo que la guerra “queda lejos”.
El mundo globalizado de hoy acorrala a todos los países del planeta, y también los afecta en el curso de la guerra actual.
Israel declara que “técnicamente” no está en guerra. Esto es porque no se la ha declarado al Líbano, sino a Hezbollá, una organización que evidentemente no es un Estado que deba respetar las leyes de la guerra (si es que estas existen). Por otra parte, la declaración de guerra al Estado libanés no estaría justificada por una agresión directa de dicho Estado. Eso explica que, técnicamente, es cierto que no tenemos una guerra en Medio Oriente. Pero el conflicto no puede esconderse como una amenaza latente. Y la primera plana en la prensa mundial nos quiere indicar que Medio Oriente puede estallar de una vez… total, “queda lejos”. La guerra real se desata en los confines del mundo y, al no haber sido declarada, sus crímenes difícilmente serán juzgados. El Líbano posteriormente ha solicitado la mediación de la ONU, como si las decisiones del Consejo de Seguridad se caracterizaran por su objetividad y eficiencia en la resolución de conflictos. La búsqueda por institucionalizar esta guerra a través de un interlocutor fantasma, no evitará ni los ataques de un Israel decidido ni la continuidad de la coordinación en la lucha por el panislamismo.
Ya hemos olvidado que los ataques estadounidenses en Afganistán y Sudan en agosto de 1998 (presidencia Clinton), se tradujeron en una amenaza directa de un tal Osama Bin Laden, declarando que la respuesta a dichos ataques “llegará en cualquier parte del mundo” y será “cruel y violenta”. Y que “todo el mundo islámico se ha organizado para atacar a un objetivo estratégico estadounidense o israelí, hacer estallar o secuestrar sus aviones”. Reitero que fue en 1998, para quienes lo hayamos olvidado (viviendo en la gran era de la información).
A partir de allí el mundo, no un continente o región, se ha poblado de funestos atentados. La lista es un tanto más extensa pero incluyen: los aviones del 11-S de 2001, contra las torres gemelas y el pentágono estadounidense; el 12-O contra una discoteca en la isla indonesia de Bali en 2002; el 12-M con bombas en los barrios de Riad, Arabia Saudita, y el 16-M en Casablanca, Marruecos, ambos en 2003; el 11-M que le tocó a España al explotar diez bombas en cuatro trenes de Madrid, en el 2004; el 7-J en tres subtes y un autobús de Londres, y el 9-11 en Jordania cuando tres terroristas se inmolaron en hoteles de Amman, ambos en 2005. En 2006 ya tenemos un 11-J, en los trenes de Bombay, en India. Y todavía resta la mitad del año.
Los atentados afectaron a países cuyos gobiernos desarrollan políticas (internas o exteriores) y/o negociaciones que en alguna medida afectan a la comunidad musulmana. Pero esa “medida” es definida por los dirigentes de Al-Quaeda y las organizaciones que con ella se asocian circunstancial o permanentemente.
Todos los años un atentado, por lo menos. Cada tanto le toca a una de las grandes potencias, cuyos sistemas defensivos, se supone, son más difíciles de vulnerar y requieren de una táctica muy intensamente calculada. Mientras se planean los grandes golpes, una bomba estalla en aquellos países que uno, en el extremo sur de Latinoamérica, a veces ni conoce. Y entonces la guerra no parece tan lejana. Y se parece más a una guerra mundial. Aunque al no haber un enemigo territorialmente visible (un Estado) se la declaramos discursivamente al “terrorismo” como una gran bolsa de gatos en donde todos nuestros males encuentran su razón de ser. O no la declaramos, y nos comportamos neutralmente, porque queremos seguir creyendo que la guerra “queda lejos”.
Yo me pregunto cuando nos vuelve a tocar a nosotros. Considerando el escenario mundial, podría ser en cualquier momento.
4 Causas y azares:
Cuando a Einstein le preguntaron su opinión acerca de una posible tercera guerra mundial, él contestó: "No sé cómo será la tercera guerra mundial. Sí sé que la cuarta, será con piedras y palos."
Bueno, o algo por el estilo.
Sálú!
Excelente Lunita!!!
Parece que Ud. también anda queriendo hacer valer el título, no?
Adelante, compañera!
Saludos,
María.
Agustín... nada más cierto. Algunas guerras en países africanos, asiáticos y hasta en Yugoslavia terminaron enfrentando a los grandes militares occidentales con sus bombas ultrarecontra-tecnológicamente-avanzadas contra los nativos armados hasta los dientes con machetes. Paradójicamente en el enfrentamiento concreto, perdieron más los occidentales. :)
María!! no se si tanto como hacerlo valer... más bien quiero empezar a escribir sobre lo mío. Pero si le gustó me alegra mucho. Es alentador.
Aunque Leibnitz también dijo "Si piensan que este mundo es malo, deberían ver alguno de los otros". Aguante el optimismo! Todo podría estar peor!
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