21 noviembre 2006

Volver al Sarmiento

Recuerdo estar a punto de subir al antisarmiento londinense y hacerme a un lado, porque todos los demás pasajeros lo hacían, para dejar bajar primero a los otros pasajeros. Luego subimos en orden. No importaba perder el asiento.
Ya de regreso prefiero no irme hasta Once en horas pico. Pero bueno, generalmente es lo que hay. Después de todo… ya son más de diez años juntos…
Entonces bajé a Miserere. Hora pico, sí. No me hago a un lado y no dejo bajar. Me voy al fondo porque me conviene estar a la altura del primer vagón. Me apuro, paso a una señora, consigo asiento. Me relajo, miro a un costado aunque noto que ella queda parada y me agarro un libro antes que aparezca alguna otra con un chico. Primera conclusión: a mí no me cambia ningún primermundo.
A la altura del primer vagón, en Miserere, el tren está metidísimo en el túnel. Nunca una luz. Se viaja mejor abajo porque siempre hay menos gente que arriba. Tampoco es común encontrarse con vendedores ambulantes. En verano está más caluroso, eso sí. Cero aire. El tren arranca decidido y una piensa que al final no es tan malo. Que, al final, tanta queja, tanto malditosarmiento, tanto escribir anécdotas… qué se yo. Pasan cosas tan terribles en el mundo. Además, yo era de las que tenía asciento. "Es importante estár cómodo para pensar en positivo".
En la mitad del tunel el tren se detiene y abre sus puertas. Sale el chofer por la puertita de la cabina y mientras acelera su paso hacia la otra punta del vagón nos avisa: bajen porque se me quedó el tren. ¡¡¿¿??!! Caminamos creo que dos cuadras en la oscuridad por el túnel, de regreso a Miserere. No nos devolvían el boleto pero podíamos subir a tomar alguno de los otros. Segunda conclusión: al Sarmiento no lo cambia nadie.

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